lunes, 21 de noviembre de 2011

Destino: Camboya.

Nos despertamos muy temprano, sobre las 5:45, quizás sobre excitados por comenzar de una vez a movernos, por recorrer muchos kilómetros, y de cambiar de país.

Sea lo que fuera, desayunamos en la misma habitación, nuestro ya famoso y típico desayuno de yogurt líquido y galletas imitación de las Oreo, que tuvimos la precaución de comprar la noche anterior en uno de los puestos 7eleven y a las 7:00 ya estábamos en recepción esperando a que alguien nos viniera a buscar.
Mientras esperábamos, viendo llover fuertemente, observamos a un grupo de alemanes que salian con sus mochilas a la espalda. La señora de recepción les advertía, como a nosotros ayer, que no se podía subir al norte del país por las inundaciones, pero ellos, con la determinación alemana que los ha hecho famosos mundialmente, decían en tono tosco que sí, que irían.
Esperamos sinceramente, que hayan tenido suerte, pues lo que se avecinaba climatológicamente, fue duro.
Marijose, dice con razón, por la experiencia que obtuvimos tanto el año pasado en China y como en este viaje, que moverse en Asia de una ciudad a otra, normalmente es sentarte a esperar a un asiático/a y correr frenéticamente detrás de él/ella, una vez te ha contactado. Es una verdad tan grande como una casa.

Puerta del consulado de Camboya.

Como media hora más tarde, llegó hasta nosotros una chica muy menuda, preguntándonos si íbamos a Camboya, y como Mari predijo, en un santiamén nos vimos corriendo bajo la lluvia, detrás de ella con nuestras mochilas a la espalda, hasta que llegamos a una furgoneta de nueve plazas.
Una alemana cuarentona, rubia, "secona" y con mirada inquisitiva, un chico de raza negra con pinta de "pijo" hablando constantemente por el teléfono móvil, un inglés (de raza hindú) que en un momento dado casi nos vomita encima, y dos hombres de Turquía, uno de ellos acompañado por una mujer japonesa, fueron nuestros acompañantes en dicha odisea.
Casi todos nos dormimos en algún momento dado dentro de aquella furgoneta, mientras sufríamos el pesadísimo tráfico para salir de Bangkok primero y el pésimo asfalto de la autopista después.
Sobre las 12:45 llegamos a un restaurante de carretera, en el que nos abrió la puerta un señor Thai muy moreno, que comenzó a hablarnos "a toda leche" un inglés que nadie de los que estábamos allí entendimos.

Después de unos segundos mirándonos los unos a los otros, decidimos bajarnos del furgón y seguirlo hasta la terraza del restaurante, donde nos ofrecieron asiento por si queríamos almorzar, y mesa para rellenar los papeles del visado a Camboya.

Pidieron además, 1300 Baths por cabeza, que según ellos era lo que costaba la Visa. Vamos, un "chanchullo" que no veas, pues al llegar al consulado Camboyano, fueron ellos los que entraron a pagar y no mostraron ni facturas ni nada parecido a nadie, y eso que hubo gente que las reclamaron, pues ese dinero, allí, es un "pastonazo".

Después de otro rato paseando en la furgoneta, llegamos al puesto fronterizo de Poipet, donde todos nos hicimos una idea de la pobreza que nos aguardaba al otro lado.


Antes del pesadísimo trámite burocrático de casi dos horas de pié, mochilas a rastras, primero en el lado tailandés para el trámite de la salida, y después en el lado camboyano para autorizar la entrada, nos insistieron, bastante más de la cuenta, para que sacásemos dólares en sus cajeros automáticos, a lo que algunos nos negamos. ¡Bién! Si sois ricos...nos espetó entonces con desdén uno de los "agentes"...Pues sí, como soy rico, saco dinero donde me da a mi la gana, no donde tú me digas...le contesté al "malcarado" señor, que ni por esas cambió el gesto de imbecilidad.

Ya al otro lado, mientras esperamos que nuestro "amable" "amiguete" se pusiese de acuerdo con los taxistas con los que continuaríamos nuestro destino, observamos atónitos la penosa e interminable procesión de gente, que tiraban de desvencijados carros, cual mulas a las que habían permutado la posición, cargados hasta el límite de cartones, basuras, cajas y similares. Llegamos incluso, a ver como a una chica, extenuada, se le levantaban los pies del suelo, hasta que otro compañero suyo de fatigas, se apiadó de ella y se "colgó" de su carro, para ayudarla a que volviese a recuperar su posición y continuar con su penitencia.
Una vez metidos en el taxi, después de entablar diálogo con diferentes mochileros que nos contaban su particular odisea y de verlos discutir airadamente con sus respectivos "fraude-agentes" de la zona aduanera, emprendimos nuestro camino de varias horas por delante hasta llegar a Siam Reap.

La salida de esa frontera en coche, fue como una tétrica y  lúgubre película. El taxista no hablaba ni una palabra en inglés, los pasajeros del asiento trasero, incluido Mari, se durmieron, producto del agotamiento y del aburrimiento, y solo yo y el conductor, permanecimos en silencio, observando la polvorienta y vieja carretera.
Ésta, no era sino una larga recta, con mucho polvo rojo a los lados, que se levantaba al paso de los miles de ciclomotores y bicicletas que flanqueaban el estrecho tramo central asfaltado, por donde los pocos coches y camiones que circulaban, se disputaban el espacio, tocando insistentemente el claxon, para adelantarse los unos a los otros.
Después de una hora de carretera, el paisaje cambió de color. El marrón de la tierra, pasó al verde de los arrozales inundados por el agua, convirtiendo la carretera en un puente que los atravesaba, y por la que seguían circulando innumerables bicis y motocicletas.
El aspecto de los paisanos, era terriblemente humilde y pobre, igual que las casas en las que se ve que vivían.
Éstas, estaban preparadas para las inundaciones, suspendidas por finos pilares de retorcida madera, y debajo de ellas, muchas tenían enormes charcos perfectos para la cría del mosquito.

Muchos niños se bañaban y saltaban jugando en estas aguas semi pantanosas.
Otros muchos adultos, trabajaban, con el cuerpo totalmente sumergido hasta los hombros, mientras muchísimas vacas de color blanco, pastaban y defecaban a su antojo al lado de ellos.
El taxista hizo dos paradas.
Una en un puestucho de mala muerte, puede que de algún familiar suyo, para ir al baño de "estilo chino", es decir, "con mas roña que cascorro" y otra en un mercadillo, donde la pobreza era la tónica, para recoger un "recadito" a una chica, cuyo bebé nos miraba perplejo. Al hacerle carantoñas al nene, éste se volvía incrédulo hacia la madre, que le enseñaba a saludarnos, diciéndonos Hellooo helloooo!!!
Al llegar a la ciudad de Siem Reap, el paisaje no mejoró nada. Esta ciudad, a pesar que es la segunda del capital del país, y motor económico del mismo, es tercermundista y está a medio desarrollar. Solo tiene la calle principal asfaltada y es donde encontramos los hoteles más lujosos.

Nosotros nos alojamos en un hotelito, por el que había que acceder a través de una calle de mazapé, llena de enormes charcos, producto de las interminables lluvias que azotaban toda la región sin respiro desde el mes de junio, pero cuyo interior de madera de teca, era muy bonito, y la amabilidad del joven personal, insuperable.

Nada más acomodarnos, pedí información de cómo movernos para llegar a los templos y demás, y el joven y simpático encargado, nos dio información, hasta para la manera de seguir nuestro rumbo con destino a Vietnam, cuando hubiésemos terminado allí.

Intentamos salir a pasear la ciudad, pero la oscuridad de la calle, totalmente embarrada, hicieron que nos volviésemos al hotel, donde nuevamente a través del joven encargado del hotel, regateamos un Tuk Tuk, para tenerlo a disposición enteramente nuestra los próximos tres días, a partir de mañana.
Cenita ligera, y a la camita a descansar, para prepararnos para los "platos fuertes", que serían los Templos de Angkor.

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