domingo, 29 de enero de 2012

La Pagoda del Emperador de Jade (3ª parte).

Mientras tomábamos unas fotografías de la Catedral de Notre Dam, comenzó a llover, así que buscamos refugio en una de las cafeterías que hay en la zona.


Por probar, pedimos unos cafés vietnamitas, ya que el café de Vietnám tiene fama mundial.
Nosotros tomamos bastante café habitualmente, pero no somos expertos, por eso, nuestra opinión es que aparte de una forma singular de servirlo, es que es demasiado fuerte para nuestro paladar. Dejémoslo así.

Encima de la taza, colocan un pequeño recipiente de aluminio, lleno de café molido y agua caliente. Por gravedad, lentamente van cayendo las gotas del café a la taza.

En un minuto o así, retiras el recipiente metálico y ya puedes degustar tu café vietnamita.

En la carta de la cafetería, vimos que ofrecían el conocido "café de nutria", lo que nos provocó la risa. Si no lo habéis oído, nosotros os lo explicamos.

Cogen a un bicho parecido a un mapache pequeño, y lo "inflan" a comer granos de café.
Cuando el animalito defeca, la caca sale llena de granos de café semidigeridos, así que usan la "cagarruta", tal cual,  para elaborar su único e increíble (y carísimo) "café de nutria", que según ellos, es lo mejor de lo mejor...¡Como para tomar infusiones "de caca de bicho" vinimos hasta aquí! ¡Lo que hay que hacer para poder ser un Snob!...

Desde que paró la fina lluvia, salimos caminando en busca de nuestro siguiente objetivo: la Pagoda del Emperador de Jade.
No es que fuera el sitio más famoso de la ciudad, pero nos llamó la atención cómo la describían en la guía, y además, no parecía estar lejos de donde estábamos.

Nos costó un poco ubicarla, ya que estaba situada en unas calles que se salían un poco de las principales, en las que una multitud de restaurantes y puestos de comida local, se encontraban abarrotados de gente del país, con pinta de ser trabajadores de la zona, que aprovechaban su descanso para el temprano almuerzo.

Por unos momentos pensamos en comer allí mismo, pero el ver las señoras de los restaurantes, como lavaban los platos y cubiertos en unas sucias palanganas, con agua que parecía recogida de cualquier sitio infecto, nos "echó para atrás".

No sin dar unas cuantas vueltas pasando por delante de la entrada de la Pagoda sin verla, la encontramos por fin, y según pasamos dentro, comenzó a llover con ganas.


Esperamos y esperamos, por espacio de unas dos horas, sin nada que hacer, y no paraba de llover. Parecía que cada vez lo hacía con más fuerza, y el calor húmedo se hacía por momentos insoportable. Y tampoco es que la Pagoda requiera mucho tiempo, pues ya habíamos visto tantas en China...

Cuando nos hartamos de tanta espera, nos pusimos los chubasqueros y nos dirigimos a la salida, pero...¡el espectáculo que teníamos delante de nosotros era increíble!
La entrada y toda la calle, se habían inundado por completo, como con medio metro de altura de agua sucia.
La gente caminaba por la calle con mucha dificultad, con el agua por encima de las rodillas.
Muchas cucarachas y otros insectos flotaban moribundos y allí estábamos nosotros, impotentes, sin poder hacer nada.
Marijose estaba calzada con unas cholas todoterreno, pero yo con zapatos de caminar, así que le pedí que se remangara los pantalones y se metiera en el agua, mientras yo me descalcé para seguirla y no cortarme o hacerme daño. A ella no le hizo mucha gracia meterse en ese agua ( por lo de los bichos ), pero si queríamos salir de allí, no teníamos otro remedio.

Caminamos un buen rato bajo la lluvia, yo descalzo, por la calles de Ho Chi Minh, era muy divertido ver las sonrisas de la gente cuando pasaban al lado nuestro y se burlaban de nuestra situación, hasta que divisamos una tienda de zapatos, y de esa guisa entramos. Mari regateó con las empleadas y me consiguió unas buenísimas cholas por unos 5 € al cambio, así que ya calzado, a pesar de la lluvia, proseguimos con nuestro paseo.

Encontramos un bonito restaurante de comida al estilo italiano, con un pequeño escenario, donde hacían actuaciones en vivo por las noches y nos explicaron que esa misma noche, harían un baile "flamenco", entramos empapados, mojándolo todo.
Los chicos del restaurante, se encargaron de recoger nuestros chubasqueros y tenderlos sobre unas motocicletas que tenían aparcadas en la entrada y allí pasamos unas cuantas horas delante de un agradable almuerzo, contemplando el fuerte aguacero desde la ventana, que no cesaba.

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