miércoles, 11 de enero de 2012

Lolei, Preah Ko y Bakong, los Templos de Roluos.

Torres traseras en el templo Preah Ko.
Al poco de comenzar nuestra marcha, una vez que se hubo alejado del pueblo, Sam Om paró el motor del tuk tuk, se bajó y se volvió hacia nosotros con evidente gesto de haberlo estado pasándolo muy mal.
Con su precario inglés se intentó disculpar por todo lo sucedido. No lo dejamos.
Si acaso él tuvo algo de culpa, fue solo de tener miedo.

Subiendo el Bakong.
Nos quedó muy claro, que la actitud de la gente del lago cuando llegamos, así como la del barquero cuando le reclamaba el dinero, era avasallante e intimidatoria hacia él.

Para ellos, nosotros no éramos sino un meros objetos del que obtener algo de dinero y que Sam Om, un paisano suyo, tendría que estar obligado a facilitárselo.

Seguramente, hasta podría haber recibido una comisión por ello, pero con este gesto, junto a su cara de preocupación, comprendimos que nunca fue intención suya.

Le dijimos que para nosotros, él no tenía culpa alguna de que sus paisanos no "cuidasen" al turismo, que estuviese tranquilo.
El nos repetía que no quería que estuviésemos enfadados con él, que quería vernos felices.

Le dimos unas palmaditas en la espalda y le dijimos que estábamos muy contentos que él, y que no estábamos enfadados.

Escalando el Bakong.
Eso pareció tranquilizarlo. Entonces, nos propuso para ir de vuelta, hacer una parada en la pequeña población de Roluos, donde pararíamos para almorzar y visitar alguno de los templos pre-angkorianos de la zona, antes del volvernos al hotel, en Siem Reap.

Tomamos un desvío de la carretera principal para continuar con nuestro camino, atajando, según Sam Om, hacia Roluos, pero al caer en uno de los infinitos baches del camino de tierra, oímos un fuerte y sonoro "CRACK!" en una de las ruedas. Cuando miramos bien la rueda izquierda del tuk tuk, iba girando en muy malas condiciones, a punto de romperse del todo y dejarnos allí, en medio de la nada, "tirados".

Por suerte, pudimos continuar hasta un "chiringuito" donde pudimos hacer tiempo almorzando, para que Sam Om llamara al hotel, y le trajeran otro carro para cambiarlo.

Mientras almorzábamos en el peculiar restaurante, en el que si el que escribió las normas de sanidad hubiese comido allí, se hubiese llevado las manos a la cabeza, Sam Om, que como de costumbre, no quiso sentarse a la mesa con nosotros, quería hacernos un poquillo más "la pelota" para que olvidásemos del todo el incidente con el barquero del poblado, nos regaló unas mini-bananas muy dulces para el postre.

Como el carro del Tuk Tuk, se demoraba, hablamos con Sam Om, y nos fuimos caminando hasta un pequeño templo que divisábamos desde allí, que no estaba lejos y quedamos con él, en que cuando estuviese listo, nos recogiese allí.

Ese lugar es conocido como templo de Lolei.


En realidad, ese sitio no tiene mucho que ofrecer.
Situado en un pequeño promontorio, hay dos torres en muy mal estado de conservación, que se ve que están intentando restaurar, y un pequeño monasterio, donde los jóvenes monjes, ataviados con sus trajes color naranja, piden donaciones.


Cuando miramos escaleras abajo, Sam Om nos hacía aspavientos sonriente, en señal de que ya tenía el tuk tuk listo para continuar.
Bajamos y salimos en ruta hacia otro templo cercano.

El templo de Preah Ko.

Su nombre significa algo así como buey o vaca sagrada.


Es un recinto bastante amplio, aunque sin la grandiosidad y el buen estado de conservación de sus homónimos de Angkor, en el que su principal atractivo son las torres de ladrillo de arenisca rojiza y sus tallas y relieves en escayola, junto a inscripciones hindúes.


Mirando hacia las torres, encontramos tres figuras, que son las que dan el nombre al templo, son unos bueyes sagrados en posición de descanso o de adoración, y enfrentados a ellos, en las escaleras que dan acceso al templo, unos leones a cada lado de las mismas.


Después de un ratito de deambular por el Preah Ko, buscamos a Sam Om, que nos condujo al más grande y mejor templo de los que vimos en Roluos.

Muy cerca de allí, se encuentra el templo de Bakong.


Cuenta con una entrada bastante espectacular. Un pasillo de tierra, bordeado de verde y abundante vegetación conduce hasta un gran complejo piramidal que representa, como tantos otros templos hinduístas, al monte Meru y como no, también dedicado al dios Siva.

En las cinco plataformas de este altísimo templo, hay muchas estatuas con formas de elefantes, al estilo del templo de Meabon Oriental, en Angkor, y de leones.

Vista del templo Bakong desde la torre más alta, monasterio a la izquierda.

Desde la torre más alta del templo, pudimos contemplar el monasterio budista que hay dentro del recinto, asi como las grandes torres de arenisca rojiza, del mismo estilo que las de los otros dos anteriores templos de la zona de Roluos que visitamos.

En lo más alto del Bakong.

Nos gustó mucho este templo y nos resultó un sitio interesante a la par que tranquilo. Quizás la única pega, la de siempre. Los niños que piden limosna.

Unos cuantos niños, ataviados con un sucio uniforme de colegio y portando una cajita de madera, pedían donaciones en nombre de los colegios y de los templos de la zona.
Nos resultó muy divertido, observar la ingenuidad y bondad de su niñez.


Dos mujeres de ascendencia china, ataviadas con sus mascarillas y guantes blancos (al estilo de Michael Jackon, como les gusta usar a ellos) traían en una bolsita transparente unos bollos con forma de donuts grandes, que les resultaban irresistibles.

Cuando las señoras se acercaron a los niños y éstos fueron a pedirles su donación económica, la que portaba la bolsa de los bollos, con un simple gesto de manos, hizo que los siete u ocho niños y niñas que allí estaban, se pusieran en fila y aguardaran pacientemente su turno, mientras ella sacaba delicadamente cada bollo, y de uno en uno, se los fuese entregando.

Ellos, con sus dos manitas extendidas lo recogían mientras inclinaban la cabecita en señal de agradecimiento.

Más divertido para nosotros fue, observarlos desde lo alto de nuestra atalaya, como por un buen rato, se olvidaron de "perseguir" a los turistas, y sentados sobre las ruínas, disfrutaban y comentaban entre amplias sonrisas, su inesperada y deliciosa merienda.


Después de un fascinante día, con los normales altibajos, por un lado de la emoción de descubrir nuevos y maravillosos rincones, por explorar los impresionantes paisajes, por recorrer exóticos rincones y por el otro lado, los típicos enfados con el regateo y los pequeños timos a los que somos sometidos los turistas en esta exótica parte del mundo, nos volvimos con nuestro amigo Sam Om, a bordo de su Tuk Tuk, a nuestro hotel en Siem Reap.


Al llegar, le dimos a Sam Om una propina buena propina, por su buen hacer, por su grata compañia, y sobre todo, para compensarle los dos dólares que había perdido con el barquero.



Cansados, lo único que hicimos esa tarde-noche, fue cogerle prestado el Pc a Kaeo, para mandar los e-mails a nuestros familiares y amigos, localizar posibles alojamientos en la ciudad Saigón, cenar e irnos a la cama tempranito para descansar, pues mañana retomaríamos la carretera con destino a un nuevo país: Viet-nam.

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