jueves, 8 de marzo de 2012

Exploración al norte de Phu Quoc. (5ª parte)

Desde las cinco de la mañana o así, nos despertó el sonido de una gran tormenta tropical.
La lluvia arreciaba con virulencia, por lo que apagamos el despertador, que lo teníamos programado para temprano, y nos acurrucamos a dormir con un poco de desánimo, pues como siguiese lloviendo así, se nos iba a arruinar el día.
No solo no paró, sino que la tormenta se endureció aún más. La verdad, es que daba un poco de "canguelo" asomarse a la ventana, y ver, aún en penumbras, como el viento y la lluvia, zanrandeaban a las palmeras.

Se hizo de día, y la cosa seguía igual. Sobre las 10 de la mañana, nos pusimos los chubasqueros y salimos a recepción para decirle a nuestro peculiar "amigo" que no usaríamos la moto, pero éste muy sonriente, nos decía, que no pasaba nada, que en un par de horas, desaparecería la lluvia.

Nos pusimos a "checkear" la previsión del tiempo desde el ordenador de la recepción, y realmente nos asustamos de lo que se anunciaba. Un fuerte ciclón, situado sobre las Filipinas, del que habíamos estado huyendo, sin saberlo desde Bangkok, se desplazaba hacia nuestra zona, por lo que decidimos sobre la marcha buscar billetes de avión para salir de allí desde mañana mismo.

Decidimos pues, allí mismo, cuál sería nuestro próximo destino en Vietnam, la zona centro.


Sobre las 11 de la mañana, el "recepcionista-hippie", nos convenció para que saliésemos.
Nos dijo que aunque lloviera, no pasaba nada, era normal, que ya veríamos como la lluvia desaparecería como ayer, y en un acto de cabezonería por nuestra parte, decidimos hacerle caso y salir a mojarnos un rato.
Maldiciendo a Zéus, por habernos hecho perder la mañana, tomamos la moto, y salimos a la carretera, en dirección, esta vez al norte.

Una vez más, la sensación de formar parte de una película en la que no éramos protagonistas nos invadió.
A la gente, realmente le daba igual que lloviese o que el camino estuviese enfangado. Seguían conduciendo y circulando en moto o en bicicleta, sobre los charcos, como si con ellos no fuese la cosa. Si acaso, con los pantalones remangados para no ensuciarlos, pero vamos, que lo tomaban como una cosa de lo más normal.


Mientras buscábamos la carretera que tendríamos que tomar, la gente nos miraba con cara de asombro, como preguntándose de dónde habrían salido estos dos guiris locos, y los niños, nos saludaban a voz en grito: - ¡HALLOOO! -.
Cada vez que parábamos en algún cruce, siempre alguien se acercaba a curiosearnos, con intención de ayudarnos, aunque más que entendernos, lo que hacíamos era bromear con ellos un ratito y reírnos de muy buen rollo con ellos.
Por fin, tomamos el camino correcto.
En esa aburrida y solitaria carretera, dejó de llover, pero el camino estaba en tan mal estado por el barro, que estuvimos a punto de caernos más de una vez.
Llegamos a un cruce y no sabíamos para que lado tomar. Un buen rato estuvimos escudriñando el mapa y no conseguíamos ponernos de acuerdo hacia donde dirigirnos.
De la nada, apareció un señor conduciendo su moto. Cargada en la baca trasera de la misma, una botella de oxígeno, acetileno o similar, enorme, de como dos metros de largo, colocada lateralmente, de tal manera, que se ocupaba todo el ancho de la carretera.
Mari saltó de la moto y se fue a por él, lo paró y comenzó a preguntarle por la dirección a tomar. Él, con cara de susto al principio, nos indicó por donde seguir.


Le hicimos caso, y llegamos a una carretera paralela a la costa, con numerosos puentes de hierro por el camino. De repente, la anécdota del día:

Dos niños, de unos 12 años, uniformados de colegio y con mochilas en la espalda, nos hacen señales para que les parásemos. Les pregunto si quieren que los llevemos o qué. Ellos se hablan entre ellos, y se ponen a curiosear nuestras cosas. Señalan nuestras mochilas, me cogen de la mano, miran mi reloj...
Mari, de inmediato cae, se pone en guardia, y me recuerda lo que nuestro amigo "recepcionista-hippie" nos había advertido, que tuviésemos cuidado con nuestras cosas si decidíamos tomar algún baño en la playa, pues eran muy frecuentes los robos a turistas por parte de algunos malandrines.
Yo casi me desternillo de la risa. Si esos dos nos iban a atracar, ¡lo llevaban claro!
Eran de chiste, cada uno mediría un metro veinte de estatura y pesarían unos 40 kilos.
Me bajé de la moto, y tomé al que parecía tener la voz cantante del brazo, el otro instintivamente, se alejó unos metros poniendo carita de asustado y le decía cosas a su amigo con claro tono de preocupación: - ¿Qué necesitas? - Le pregunté con una sonrisa en la boca - ¿Nada? Pues entonces, nos vamos, adiós - y allí los dejamos, mientras nos miraban con cara de estupefactos, aunque realmente nunca supimos si sus intenciones eran realmente malas, pero tampoco les dimos más opción, por si acaso.


 Salió el sol, y la carretera comenzó a mejorar. No había casi ni un alma por el camino, o sea que parábamos a nuestro antojo, cada vez que nos tropezábamos con algo que se saliese del bonito aunque monótono paisaje, como algún resort escondido en alguna cala de arena, o algún rincón desde el que se pudiera divisar alguno de los numerosos islotes que acompañan en esa parte de la costa a la isla de Phu Quoc, con la silueta al fondo del país vecino de Camboya...
Fue en ese mismo momento, cuando empezamos a disfrutar de la paz y de la tranquilidad, de cada sonido de los pájaros, del color verde de la vegetación en contraste con el rojo del suelo...de un lugar en el mundo, casi intacto para descubrir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...