lunes, 30 de abril de 2012

Amanece en el valle (3ª parte)


Sobre las 5:00 am nos despertamos ya sin más sueno.


No habíamos tenido muy buena noche por la incomodidad de nuestros lechos, cosa que no parecía importar a nuestros compañeros que aún dormían profundamente, y menos al señor australiano, que seguía roncando a todo volumen.


Nos bajamos, nos dimos una ducha en el baño que estaba situado fuera de la casa y nos preparamos para la caminata que nos aguardaba el día de hoy.

Todavía era muy temprano y todos en la casa dormían, incluido los dueños, así que como nos aburríamos, salimos a pasear por la aldea.


A esas horas, con la primera luz del día y con algo del fresquito matutino en el cuerpo, paseábamos como si estuviésemos en el paraíso.


No había movimientos de personas por la carretera, solo nosotros dos, con cara aún de somnolientos.
 Los animalitos de granja que se nos cruzaban correteando a sus anchas por ese paisaje sobrecogedor, en el fondo del valle, rodeados de arrozales que se perdían a lo lejos entre las brumas altas de las montañas.

Al rato de estar paseando en silencio disfrutando de todo aquello, comenzamos a cruzarnos de cuando en cuando, con algún motociclista que al pasar nos ignoraba. El petardeo de la moto, nos hacía presagiar que aparecería detrás de alguna curva desde muchos minutos antes.


Las mujeres Hmong negras, salían cargadas con sus cestas a buscarse la vida desde temprano, y como de costumbre, nos saludaban con una amplia y simpática sonrisa antes de preguntarnos si les compraríamos algo.

 
















Nos cruzamos con muchos niños, unos parecían salir al colegio temprano, y las niñas, ataviadas con sus trajitos típicos Hmong, que en lugar de cestas en la espalda, cargaban a sus hermanitos pequeños, que parecían salir también temprano, pero en lugar del al colegio, parecían salir en busca de turistas.


Esas increíbles imágenes que vivimos esa mañana, que evocaban intensas sensaciones, las atesoramos como algo mágico, de lo mejorcito que vivimos a lo largo de todo este viaje.



Al volver a la casa, nuestros compañeros aún comenzaban a levantarse, y nos encontramos que a la puerta de la vivienda, teníamos a una comitiva de niñas, que hoy sustituirían a las mujeres Hmong negras como nuestras acompañantes en la caminata.





Uno de nuestros compañeros de caminata, el joven  americano, ejerció de auténtico "yanqui total", al sacarse de nadie sabe donde una pelota de fútbol americano, y mientras los demás terminaban de prepararse, empezó a jugar con las niñas a pasársela.
Fue una imagen bonita y divertida al oír las risotadas de las niñas, pero el tema de la pelota americana, fue totalmente subrealista.

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