domingo, 15 de abril de 2012

El Templo de la Literatura.


Cuando nos cansamos de recorrer el complejo del mausoleo de Ho Chi Minh, sobre las 11:30 de la mañana, decidimos a pesar del calor, ir caminando hasta el otro punto emblemático de la ciudad, el Templo de la Literatura, que está situado no muy lejos al sur de dónde nos hayábamos.

Todavía nos duraba el mosqueo con el taxista, y cada vez que alguno paraba y comenzaba a llamarnos a gritos, cosa que sucede allí cada dos minutos, Mari les respondía:

 - ¡Sí sí, espéranos un momento que ahora mismo vamos! -

Eso, les creaba confusión, y no sabían si esperarnos de verdad o continuar.

Puerta principal de acceso al Templo de la Literatura.

En un ratito caminando, sufriendo el tremendo calor de esa mañana, llegamos a la imponente puerta principal de nuestro siguiente punto de exploración en la ciudad, que estaba repleta de turistas que montaban el típico alboroto. O sea que, cualquier parecido con lo que habíamos leído en las guías de viaje, en las que se explicaban que allí se viviría un remanso de paz en medio de Hanoi, nada de nada.

El Templo de la Literatura, está compuesto por un complejo de jardines y salas que se van cruzando a través de unas singulares puertas, que son de original arquitectura vietnamita, teniéndolas representadas como símbolo, en sus billetes de 100.000 Vnds.

Construcciones sobre las puertas, arquitectura tradicional vietnamita consideradas símbolo nacional.




A los lados de un gran estanque cuadrado, hay unas grandes tortugas de piedra que cargan sobre su caparazón unas lápidas con nombres grabados, de hombres ilustres.



Estas esculturas son consideradas como las piezas más importantes del templo.


 Avanzando hacia el interior, llegamos hasta un amplio patio, donde se reunen los turistas extranjeros y vietnamitas, en los puestos de chatarra típica colocados allí, para vender souvenirs de todo tipo.







En el punto más profundo del Templo de la Literatura, se encuentra la pagoda principal del complejo, que alberga una venerada imagen de Confucio, entre otras.


 






A pesar del relajante paseo, el calor del mediodía, se nos hizo insoportable.


 Decidimos, sentarnos a descansar a la sombra y bebernos unos refrescos, cosa que hicimos por lo menos, durante una hora si no más, en el último patio, frente a la "pagoda de Confucio", donde como era mediodía y con las circunstancias climatológicas ya mencionadas, pareció que aflojó un poco la masificación de personas. Puede que a eso se refiriesen las guías como al "remanso de paz".


 Desde que nos recuperamos, salimos a la calle, para seguir a pie el recorrido principal que marcan las guías como más interesantes para ver en Hanoi.


La locura de Hanoi, es infinita.
Cada cinco pasos, nos llamaba un cyclo ofreciéndose para llevarnos, o un Xe Om (una motocicleta que hace las veces de taxi), cuyo conductor, nos persigue dándonos la vara un ratito. Aparecen entre la multitud, mujeres que nos rodean para vendernos rosquetes. Derrepente, una moto en la que viaja una pareja de dos jóvenes, nos corta el paso. La chica se baja y comienza a largarnos el mismo rollo que en China, de que es estudiante de arte y quiere enseñarnos su obra, - ¡No estamos interesados, gracias! -. Los taxistas, nos gritan desde el otro lado de la calle, las camareras desde los restaurantes...
Era realmente agotador.

Mientras escribimos estas líneas, hablamos entre nosotros y recordamos Hanoi como una ciudad fascinante y muy divertida, de los mejores sitios en los que hemos andado en nuestros viajes, pero también tenemos presente que aquí, llegamos a un punto, en el que creímos haber agotado para siempre nuestra paciencia y hasta nuestras ganas de Asia para toda la vida... se nos pasó enseguida.


Recorrimos singulares calles que se suponen, están especializadas en un solo producto, que era el que le proporcionaban su nombre, aunque realmente en todas se vendía de todo, como la calle del calzado, la de la seda, etc.
Incluso, nos dio por meternos en una oficina de un banco local, ante la mirada sorprendida de las cajeras, y conseguimos hacernos entender para cambiar dinero, con una comisión de risa, mejor que en cualquier sitio de cambio.


Llegamos de nuevo al Lago Hoan Kiem, donde en un banco junto a la orilla del agua, bajo la sombra de un árbol, tomamos asiento para descansar un poco, y Mari, se quedó profundamente dormida (típico en ella), mientras yo me quedé ensimismado con las imágenes cotidianas de las personas que allí viven durante un largo rato.

Cuando el sol estaba cayendo, nos animamos nuevamente, y salimos caminando en busca de cena a nuestro restaurante favorito, pero antes, nos hicimos el mejor y más divertido paseo, que nos dimos en Hanoi.

 
Las calles a esa hora estaban a reventar de gente, hervían con el frenesí de los vendedores de todo tipo, de turistas mochileros de todas partes del mundo, regateando en alta voz con ellos por una infinidad de productos.
  
Sorteábamos la locura de motos y de gente como podíamos, nos adentramos en los callejones más profundos del Barrio Antiguo, con una sensación de seguridad y de confianza, que no podemos sentir ni siquiera en algunos lugares de nuestro propio país.
Aquella tarde, fue sencillamente espectacular.



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